miércoles, marzo 14, 2007

SI SÓLO FUESE CORRER

SI SÓLO FUESE CORRER

Hace poco llamé a un muy buen amigo para felicitarle por su recién conquistada plusmarca personal en maratón. Nada menos que 2:59:07, es decir, quebrantó esa invisible línea de las tres horas que, seamos sinceros, nos roba más cavilaciones de las deseadas a la gran mayoría de los fondistas vocacionales. El caso es que mi compadre, entre la amalgama de sensaciones que acudía a su fluida verborrea con justificada felicidad (que si era su gran reto, que si había mejorado el registro de un mito como Lance Armstrong, que si se lo había dedicado a un ser querido recientemente fallecido...), dijo algo que activó automáticamente todos mis mecanismos de reflexión. Me dio por pensar. Ya ven ustedes, a mi edad. No fue una frase grandilocuente ni una disquisición de avanzado grado intelectual. Y no juzguen por ello a Joan -así se llama el protagonista de estas líneas- porque el tío es inteligente, y otras veces si que me suelta perlas de ese calibre. Pero el caso es que esta vez no, esta buscó en lo ancestral de sus entrañas y lo más que acertó a deducir fue : “No entiendo porque estoy tan contento, al fin y al cabo sólo es correr”. Simplemente eso, cierto como el pan y la tierra, que diría Serrat. Y al mismo tiempo mentira, mentira de esas tan groseramente hipócritas que, a fuerza de ejercitarnos en reproducirlas casi consiguen su objetivo de hacer que las vistamos con el traje de la certeza. De hecho él mismo, al segundo y medio de pronunciar aquellas palabras (Serrat no, mi colega), dejó entrever al otro lado del hilo telefónico un silencio que chillaba por los codos un clarísimo: “Macho, lo que te acabo de soltar no me lo creo ni yo”. Ni él, ni usted, ni ninguno de los que de forma regular nos calzamos nuestras pequeñas ilusiones, las hacemos un par de lazos y las llevamos un día a rodar, otro a hacer series, el siguiente a trotar suave... Claro que no, nadie adicto al mágico veneno de soñar en zancadas puede tragarse una patraña semejante. Si sólo fuera correr, tan sólo dar pasos más o menos rápidos uno detrás de otro, de qué iba estar usted leyendo esto, con los nervios amenazando ya su estómago, con la incertidumbre de si la equipación escogida será la adecuada, de si por fin cuajará la actuación tantas veces pretendida en los 21,097 km... el día antes de mezclarse con otras 11.000 almas para participar en el mejor medio maratón del país (lo digo así, atiborrando mis palabras de subjetividad, sin complejos, ya que otra de las grandes “trolas” del siglo pasado fue señalar que el oficio de periodista se basaba en la simple exposición de elementos objetivos). Correr libera stress, quema grasas, ahuyenta el mal humor, segrega endorfinas, mejora tus relaciones sociales, te mantiene en forma, atrasa el envejecimiento... Sí, vale; excusas típicas y tópicas. Ninguna me basta. Ninguna me sacia. Les son suficientes a los que, efectivamente, creen que se trata sólo de correr. Si sólo fuera correr por qué narices le robamos horas al descanso, a la familia, al trabajo, a todas esas instituciones que suponemos pilares inamovibles de nuestra estabilidad como seres humanos. ¿Por qué adentrarse en un mundo donde las alegrías y los sinsabores caminan tan obscenamente acaramelados? ¿Por qué mientras vamos conduciendo, donde unos ven un simple paisaje que admirar nosotros adivinamos caminos ansiosos de ser recorridos por nuestras aventureras zapatillas? ¿Por qué nos pone cada vez menos nerviosos una reunión laboral y cada vez más un pistoletazo de salida? ¿Por qué el domingo es el día sagrado de la semana a pesar de que muchos no pisamos una Iglesia más que cuando nos ficha la BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones)? ¿Por qué? Ni idea, probablemente el día que lo averigüe -o alguno de ustedes me lo cuente- deje de paladear orgulloso ese momento de la jornada en que, atrapado en la belleza del parque del Retiro, percibo como al calor de cada paso se despojan de significado todos los vocablos mal sonantes: despertador, corbata, hipoteca, miedo, prisa... Ese día será sólo correr, y claro, ya no tendrá ni puñetera gracia.

Por Alberto Hernández García
Redactor Jefe de Runner´s World
www.runners.es

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